Debemos al
gran Arquímedes la primera acotación conocida del número pi. Un dios le reveló que pi sobrepasaba 3+10/71 y no alcanzaba
jamás 3+10/70. Pi tiene infinitas cifras, que no se repiten como las que se
obtienen al dividir en nuestra calculadora de bolsillo 1 entre 3. Pi puede ser
un número normal, me informa un prestigioso matemático que habita en internet.
Pi es más que eso, pi contiene al propio universo.
Tomemos las 27
letras del alfabeto latino y en un ingenuo ejercicio de criptografía asignemos
a cada letra un número. Digamos que la letra A queda representada por el 1; la B
por el 2, la C por el 3, etc. Dotados de esta clave de párvulos, cifremos un
nombre, Ana, por ejemplo. Al sustituir cada letra por el número correspondiente
aparece el bonito número 1141 (si me topo con el ciego de los cupones, voy a
apostar fuerte a ese número). Cifremos otros nombres. Luis=1121819, parece algo
más retorcido. Diana = 381131, sofisticado. Del cifrado numérica de María (=
1211881) quiero destacar la insistente repetición del dígito 1. Busquemos ahora
esos números dentro del número pi (cualquier secuencia finita de cifras puede
encontrarse a lo largo del número pi). El número 1141 se encuentra en la posición
2724; las cifras de nuestro nombre, Sr, Toro, ocupan posiciones a partir de
45100388 y las de Diana aparecen por primera vez en la posición 308702, después
vuelve aparecer en las posiciones 347170, 879778, 2609907… y así infinita veces.
En algún lugar
del número pi están los dígitos 413211311216118, que son el cifrado de las tres
primeras palabras de nuestra inmortal novela. En otra posición, remota o
cercana, habrá cifrado un poema de
Quevedo, una carta de amor, una sentencia de muerte… Busco el comienzo de la Ilíada
en versión de Luis Segalá y Estalella: Canta oh diosa, 311320115738151, y no lo
encuentro en los primeros 200 millones de cifras, mas no desespero de hallarlo.
Cada palabra pronunciada o callada, cada pensamiento escrito o perdido se
encuentran en pi, y no solo una vez, sino muchas, infinitas. En pi está
escondido el día de mi nacimiento, 1421956, y el de mi muerte, que por fortuna
no me ha sido revelado. Pi es el
verdadero alfa y omega. Adoremos, hermanos, a pi.
MICRORRELATO ESCRITO POR EL GRAN LUIS VELASCO DE BENAOCAZ
Gracias, maestro, por este regalo.
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