EL
MONTE DE LAS ÁNIMAS
La noche de difuntos me despertó a no sé qué hora el doble
de las campanas. Su tañido monótono y eterno me trajo a las mientes esta
tradición que oí hace poco en Soria.
A las doce de la mañana, después de almorzar bien, y con un
cigarro en la boca, no le hará mucho efecto a los lectores de El contemporáneo. Yo la oí en el mismo
lugar en que acaeció, y la he escrito volviendo algunas veces la cabeza con
miedo, cuando sentía crujir los cristales de mi balcón, estremecidos por el
aire frío de la noche […]
Mientras duraba el camino, Alonso narró en estos términos
la prometida historia:
-
Ese monte que hoy llaman de las Ánimas
pertenecía a los templarios, cuyo convento ves allí, a la margen del río. Los
templarios eran guerreros y religiosos a la vez. Conquistada Soria a los
árabes, el rey los hizo venir de lejanas tierras para defender la ciudad por la
parte del puente, haciendo en ello notable agravio a sus nobles de Castilla,
que así hubieran solos sabido defenderla como solos la conquistaron […] Fue una
batalla espantosa: el monte quedó sembrado de cadáveres.
El monte, maldita ocasión de tantas desgracias, se declaró
abandonado, y la capilla de los religiosos, situada en el mismo monte, y en
cuyo atrio se enterraron juntos amigos y enemigos, comenzó a arruinarse. Desde
entonces dicen que cuando llega la noche de difuntos se oye dobla sola la
campana de la capilla, y que las ánimas de los muertos, envueltas en jirones de
sus sudarios, corren como en una cacería fantástica por entre las breñas y los
zarzales. Por eso en Soria le llamamos el Monte de las Ánimas, y por eso he
querido salir de él antes que cierra la noche.
· Localiza en el texto rasgos de las leyendas de Bécquer.
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