DE LO QUE ACONTECIÓ A UN MOZO QUE SE CASÓ CON UNA MUCHACHA
DE MUY MAL CARÁCTER
Otra vez, hablando el conde Lucanor con Patronio, su
consejero, díjole así:
-Patronio, uno de mis deudos me ha dicho que le están
tratando de casar con una mujer muy rica y más noble que él, y que este
casamiento le convendría mucho si no fuera porque le aseguran que es la mujer
de peor carácter que hay en el mundo. Os ruego que me digáis si he de
aconsejarle que se case con ella, conociendo su genio, o si habré de
aconsejarle que no lo haga.
Patronio le dijo que en un pueblo había un hombre honrado
que tenía un hijo que era muy bueno, pero que no tenía dinero para vivir como
él deseaba. Por ello andaba el mancebo muy preocupado, pues tenía el querer,
pero no el poder.
En aquel mismo pueblo había otro vecino más importante y
rico que su padre, que tenía una sola hija, que era muy contraria del mozo,
pues todo lo que éste tenía de buen carácter, lo tenía ella de malo, por lo que
nadie quería casarse con aquel demonio. Entonces le dijo el mancebo que, si él
quería, podría pedirle a aquel honrado vecino su hija. Cuando el padre lo oyó
se asombró mucho y le preguntó que cómo se le había ocurrido una cosa así, que
no había nadie que la conociera que, por pobre que fuese, se quisiera casar con
ella. Pidióle el hijo, como un favor, que le tratara aquel casamiento.
Se celebró la boda y llevaron a la novia a casa del marido.
En cuanto se quedaron solos en su casa se sentaron a la mesa, mas antes que
ella abriera la boca miró el novio alrededor de sí, vio un perro y le dijo muy
airadamente: -¡Perro, danos agua a las manos!
El perro no lo hizo. El mancebo comenzó a enfadarse y a
decirle aún con más enojo que les diese agua a las manos. El perro no lo hizo.
Al ver el mancebo que no lo hacía, se levantó de la mesa muy enfadado, sacó la
espada y se dirigió al perro. Cuando el perro le vio venir empezó a huir y el
mozo a perseguirle, saltando ambos sobre los muebles y el fuego, hasta que lo
alcanzó y le cortó la cabeza y las patas y lo hizo pedazos, ensangrentando toda
la casa.
Cuando hubo mirado por todas partes vio un caballo que tenía
en su casa, que era el único que poseía, y le dijo lleno de furor que les diese
agua a las manos. El caballo no lo hizo. Al ver el mancebo que no lo hacía, le
dijo al caballo:
-¿Cómo, don caballo? ¿Pensáis que porque no tengo otro
caballo os dejaré hacer lo que queráis? Desengañaos, que si por vuestra mala
ventura no hacéis lo que os mando, juro a Dios que os he de dar tan mala muerte
como a los otros; y no hay en el mundo nadie que a mí me desobedezca con el que
yo no haga otro tanto.
El caballo se quedó quieto. Cuando vio el mancebo que no le
obedecía, se fue a él y le cortó la cabeza y lo hizo pedazos. Al ver la mujer
que mataba el caballo, aunque no tenía otro, y que decía que lo mismo haría con
todo el que le desobedeciera, comprendió que no era una broma, y le entró tanto
miedo que ya no sabía si estaba muerta o viva.
Bravo, furioso y ensangrentado se volvió el marido a la
mesa, jurando que si hubiera en casa más caballos, hombres o mujeres que le
desobedecieran, los mataría a todos. Se sentó y miró a todas partes, teniendo
la espada llena de sangre entre las rodillas.
Cuando hubo mirado a un lado y a otro sin ver a ninguna otra
criatura viviente, volvió los ojos muy airadamente hacia su mujer y le dijo con
furia, la espada en la mano:
-Levántate y dame agua a las manos.
La mujer, que esperaba de un momento a otro ser despedazada,
se levantó muy de prisa y le dio agua a las manos.
Díjole el marido: -¡Ah, cómo agradezco a Dios el que hayas
hecho lo que te mandé! Si no, por el enojo que me han causado esos majaderos,
hubiera hecho contigo lo mismo.
Después le mandó que le diese de comer. Hízolo la mujer.
Cada vez que le mandaba una cosa, lo hacía con tanto enfado y tal tono de voz
que ella creía que su cabeza andaba por el suelo. Así pasaron la noche los dos,
sin hablar la mujer, pero haciendo siempre lo que él mandaba.
Al enterarse de cómo habían pasado la noche, estimaron en
mucho al mancebo, que así había sabido, desde el principio, gobernar su casa.
Desde aquel día en adelante fue la muchacha muy obediente y vivieron juntos con
mucha paz.
Vos, señor conde, si ese deudo vuestro quiere casarse con
esa mujer y es capaz de hacer lo que hizo este mancebo, aconsejadle que se
case, que él sabrá cómo gobernar su casa; pero si no fuere capaz de hacerlo,
dejadle que sufra su pobreza sin querer salir de ella. Y aun os aconsejo que
todos los que hubieran de tratar con vos les deis a entender desde el principio
cómo han de portarse.
El conde tuvo este consejo por bueno, obró según él y le
salió muy bien. Como don Juan vio que este cuento era bueno, lo hizo escribir
en este libro y compuso unos versos que dicen así:
Si al principio no te muestras como eres,
no podrás hacerlo cuando tú quisieres.
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